jueves, 6 de noviembre de 2008

El último pintor surrealista


Agustín Dimas López Guevara

Allá en la Sacra, (en la casona estilo bungalow, con arboleda de mangos, cercada por un muro de cemento y rodeada del mar verde de toronjiles) estaba la Sede de los Instructores de Arte, conocida entonces como Brigada X Aniversario. De allí salíamos cada día y cada noche rumbo a las escuelas de Gerona, las secundarias y preuniversitarios en el campo, dispersas en la citrícola geografía, para atender los grupos de aficionados en todas las manifestaciones artísticas, unas veces en el camión gaz que manejaba Moralito o Cirilo, o en la guagua Girón que conducía Nildo.

Llevábamos una vida de albergados con un régimen de veinte y cuatro días de trabajo por seis de descanso, que prácticamente, La Sacra era nuestra casa y los compañeros nuestra familia. Participamos como todos en las grandes tareas de transformación de la Isla de Pinos, para convertirla en Isla de La Juventud.

El famoso cien x uno, que consistía en sembrar cien plantas de cítricos en cada jornada de trabajo voluntario en el terreno árido y pedregoso de aquella geografía desolada, las tareas de choque en la ampliación del Hospital Héroes de Baire, la modernización de la Planta Eléctrica, el nuevo combinado Citrícola, la limpieza de las áreas del antiguo Presidio Modelo, que pertenecía a la Dirección de Cultura y dónde funcionaba ya el Museo, donde conocí toda la arquitectura exterior e interior y donde imaginé los horrores que describió Pablo de la Torriente en su libro La isla de los 500 asesinatos, o en ese otro de Thelvia Marín: Condenados del presidio a la vida. Luego del trabajo voluntario llegarnos a la playa El Gallego, o la del MININT, ( donde antes estuvo el espigón del Columpo y atracaban los barcos para descargar a los prisioneros del presidio desde la remota fecha en que pastoreaba por Cuba el Asno con garras) para darnos un baño, bebernos unas cervezas y contemplar el cayo de los monos, un islote de piedra y uvas caletas que emergía a doscientos metros de la orilla, para regresar luego a la Sacra, que era como volver a casa.

Por aquella casa habían pasado visitantes para conocer por boca de los instructores, los avances que en el campo de la cultura había logrado la Isla. Ya para entonces estaba poblada de estudiantes de casi todas las provincias. Era cierto también que pasamos nuestras limitaciones alimentarías, más por falta de gestión y de atención de los funcionarios administrativos, que por la escasez de recursos, pretexto con el que justificaban sus descuidos. De modo que un día nos dieron la noticia que nos visitaría Roberto Matta, (único pintor surrealista vivo, firmante del tratado de Bretón, junto a su esposa y funcionarios del Consejo Nacional de Cultura) para lo cual debíamos engalanar la casa. La visita incluía un almuerzo, que entonces, con el revuelo de la noticia no imaginé que alcanzaría la magnitud de banquete que tuvo, causante del malestar justificado de todos, pues no entendíamos cómo era posible llevar seis meses comiendo arroz y chícharos a capella y ahora apareciera este banquete que incluía: Dos cerdos asados, con manzanas en la boca, ( como cerdos europeos) pavos, pollos, (asados, en fricasé, fritos) langostas, camarones, arroces de todos los colores, viandas, ensaladas verdes y frías, jugos naturales, frutas fuera de temporadas (que parecían acabadas de coger de las ramas), panes y mantequillas en hielo para mantener la dures en un mediodía de 30 grados, dulces que incluían las más variadas gamas de la repostería y un bar con todo tipo de coctelerías, rones, cervezas, cigarros y tabacos de lujos, todo atendido por un Chef del Hotel Colony con el staff de camareros y sirvientes que transformaron el patio de la casa en un set de filmación, como si se fuera a rodar “El último banquete”, mientras mis compañeros, ( después de haber participado en la limpieza y engalanamiento de la casa, recargada de cuadros de los pintores de toda la Isla, que se colgaron en excesos en las paredes azules de la sala) se negaban a participar de aquel banquete, pues consideraban una burla y una ofensa tanta comida, que aparecía ahora, después de tantos meses a chícharos y arroz. Así que tuve que pedirles, (y explicarles que después analizábamos el asunto ) casi de favor, cuarto por cuarto, para que salieran a recibir a la delegación en la que venía además Felix Sautié Vice- Presidente del Consejo Nacional de Cultura , Lisandro Otero, acompañados por Arturo Lince, Roberto Ogando y otros funcionarios del Partido, la Unión de jóvenes Comunistas, Pacolo, Director Municipal de Cultura,(Que muriera trágicamente en Angola unos meses después) y otros funcionarios de menor jerarquías, todos con sus respectivas compañías, irrumpieron, como escoltando a Matta y su esposa chicana, (con un vestido azul ceñido al cuerpo, tan transparente que se podía ver el color rojo de su piel India) mientras él, con un traje gris que me pareció zurcido por los codos y con una sencillez de asombro saludó a todos con un aire ausente , como si aún estuviera dormido por el viaje.

En tanto ya se hacían brindis en el patio con Pinerito (Ron blanco y jugo de toronja) el mojito tradicional, los tragos en strike de Terry Maya Dorada y las espumosas cervezas. Cada cual acomodándose en el patio, alrededor de aquellas mesas bajo las sombras de las matas de mango cuando ya el sol obligaba a los totíes a refugiarse en sus ramas y que uno de ellos dejó caer su desecho fecal sobre el vestido azul y ella con un gesto finísimo se limpió mientras decía: “Me floreció un pajarito”.

Atento estaba yo para que se mantuviera el orden y la disciplina, pero ya los licores hacían sus estragos. A pesar que les había dicho a todos que podían participar y disfrutar, por esa cuestión de las jerarquías se habían hecho atenciones y cortesías, que desconocía. Es así como Santiago,( el plástico que había hecho casi todos los retratos de los mártires y personalidades que le daban nombre a las escuelas en el campo y que llegaba a pintar en una noche, bebiendo ron, mientas la directora del ICAP , llegaba segura en la mañana a recoger el cuadro con otra botella para el Chago) que ya andaba contento, le pide a Lisandro un tabaco de la caja Romeo y Julieta, que estaba en el banco de cemento entre él y Sautié, no le bastó que Lisandro le diera el tabaco, que dejara la conversación para atenderlo, le pidió fuego y Lisandro después de palparse todos los bolsillos encontró las fosforera Ronsson, se la acerca encendida al tabaco, inhala el Chago extasiado, mientras Pacolo, que ha visto el desenfado al parecer irrespetuoso, se le acerca, cuando ya se aparta el Chago expirando el humo y le dice: Lo que has hecho es una falta de respeto, esos tabacos eran una cortesía para Lisandro.

De modo que el Chago regresa donde Lisandro y Sautié., levanta su pie derecho y en la suela del zapato apaga el tabaco y se lo extiende a Lisandro mientras le dice: “Se lo devuelvo porque dice Pacolo que es una falta de respeto. Y se queda con el brazo extendido y el tabaco apagado, hasta que Lisandro le dice a Pacolo que se acerca: “Pacolo deja el muchacho que se fume el tabaco” Y sigue su conversación con Sautié, que se rasca la oreja izquierda con el brazo derecho. Pacolo, con una sonrisa le echa el brazo por encima al Chago, lo aparta y le dice aún fingiendo la sonrisa: “Ahora sí te voy a pedir una sanción”. El Chago siguió bebiendo al igual que todos, con su tabaco en la boca. Después tuve tiempo para escuchar los relatos de Matta. Ese afán por la orfebrería que lo llevó recorrer todo México para comprar unos crucifijos de plata, que ya eran una rareza. Después de mucho andar, llega a casa de una persona, que se había comprado todos los crucifijos del pueblo, le pide que le venda uno, pero el hombre le dice que ya no tiene ninguno, porque le confiesa que los pone en la línea del tren para cuando pase los aplasten, porque con esos bichitos hay que acabar cuando son chiquitos.

Confiesa que con la plata aplastada a martillazos, allá en México, le hicieron la manilla a su reloj que mostraba en su brazo derecho más como obra de arte, que como un objeto de uso horario. Habló del monumento que se le debía hacer al Ché, (casi igual a lo que me dijo muchos años después junto a Feijoo ese grande de la escultura reflectaría, el Otero Venezolano) una llama permanente en La Plaza de la Revolución donde el visitante pudiera calentarse las manos mientras observara su imagen, para que luego pudiera comentar de regreso: Yo estuve en la Habana y me calenté las manos en La Hoguera del Ché. En esas confesiones andaba, cuando se le comienza a explicar con el método escolar primario, el desarrollo de la Isla, desde que Evangelina Cossio se hizo noticia, hasta la actualidad transformadora por la obra de la Revolución y sus planes educacionales, es entonces que me piden que hable sobre el trabajo de los instructores de arte.

Comencé a decirle que atendíamos a todo el movimiento de aficionados, se interesó por las Artes plásticas y cuando le dije que se le garantizaban todos los materiales para la creación, me interrumpe y me pregunta qué si eran cuidadosos con los materiales, le dije que sí, que por regla general eran muy disciplinados. Entonces me interrumpe y me dice: Si no rompen y fabrican sus propios pinceles, si no hacen sus mezclas de colores y montan los lienzos y rompen las cartulinas, jamás serán artistas. De modo que todos nos reímos del desatino de Matta, pero nadie se atrevió a contradecirlo y un poco para aliviar ese mal momento, se le invitó a pasar a la sala, para que contemplara la obra pictórica de los plásticos Pineros, que esperaban ansiosos los criterios del maestro, que solo conocían por libros y reproducciones. Todos hicieron el recorrido dentro de la casa deteniéndose frente a cada cuadro, esperando el criterio, pero Matta, no hizo alusión a ninguno, ni se le observó en el rostro, ni la mirada, nada inquietante que hiciera sospechar contrariedad o asombro. Con su silencio mostró una indiferencia manifiesta. Al final se detuvo frente al marco de una puerta y elogió la precisión del carpintero,

que con un esmero de ebanista había tallado sobre el marco un encaprichado arabesco como un artificio de adorno, que servia de ventilación cuando se cerraba la puerta del baño.

Decepcionados todos salimos al patio donde ya se había roto la rigidez del protocolo y en el torbellino de la comitiva logramos decirle adiós desde el portal, cuando salieron.

Luego nos enteramos que en su estancia le habían planificado una visita a un círculo infantil, con sus paredes pintadas con imágenes del ratón Miky y el Pato Donals. Alarmado preguntó que si los niños habían pintado aquello. La directora sonriente le dijo que no, que eso lo había mandado a pintar la dirección para hacerle más agradable la vida a los niños. Entonces mando a pedir pinturas y pinceles, que aparecieron al momento, pensando que el Pintor dejaría constancia de su paso por el centro, pero rompiendo toda la lógica, le entregó los pinceles y las pinturas a los niños y les dijo: Pinten lo que ustedes quieran.

De más está decir, que luego de marcharse hubo que cerrar el centro para que los pintores de brocha gorda ocultaran el embarre de los pinceles infantiles y tuvieran tiempo otros rotulistas para estampar las imágenes de Palmiche y Elpidio Valdés, para curar el mal del divisionismo ideológico, que solapadamente vivía en las pinturas ingenuas de El Pato Donalds y el ratoncito Miky, que con tanto atinohizo borrar el último pintor surrealista.

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